No Brasil e na Argentina, plutocracia se una à cleptocracia na caça a líderes populares.
A triste coincidência que une, como na Operação Condor, Brasil e Argentina. A caçada ao grande molusco inspira ao lavador do Panama Papers, Maurício Macri, fazer da representante das Mães da Praça de Maio, Hebe Bonafini, alvo de sua natureza espúria. Coincidentemente, o esporte praticado nos dois países, que jamais será considerado esporte olímpico, se destina a caçar exatamente aquelas pessoas mais identificadas com os setores sociais sempre vítimas dos autoritarismos. Líder na luta para identificar os milhares de filhos roubados pela ditadura argentina, Hebe virou vítima preferencial de um governo que levou o término de políticas sociais e elevou os impostos às estratosferas. Nada diferente do que prentendem os caçadores de Lula no Brasil. Lá Maurício Macri tem o apoio do Grupo Clarin, colega no Panama Papers. No Brasil, qualquer um que se decida por caçar o grande molusco sempre contará com o apoio da Rede Globo, igualmente, via Mossack & Fonseca, no Panama Papers.

EL PAIS › Nota de tapa
Por Irina Hauser
Hebe de Bonafini y la multitud que se reunió para respaldarla lograron su objetivo: el juez Martínez de Giorgi levantó la orden de detención y aceptó ir él a la Casa de las Madres a tomarle declaración.
Una clase magistral de las Madres
Tras una larga charla con los abogados de Madres, el juez Marcelo Martínez de Giorgi aceptó el pedido de eximición de prisión. La movilización solidaria con Hebe –ayer recibió el llamado de CFK– obligó a rever el marco de la indagatoria.
Por Irina Hauser
Hay una foto que la muestra a Hebe de Bonafini subida a la combi que la llevaba a Mar del Plata ayer a la tarde donde tiene la sonrisa amplia, los labios pintados y los ojos chiquitos pero luminosos. Siempre es raro verla sin el pañuelo blanco de Madre de Plaza de Mayo, con su pelo corto y gris. Estaba contentísima. Se lo decía a todo el mundo. Había logrado que Marcelo Martínez de Giorgi levantara la orden de detención. Ella le mandó a decir, a través de su abogado, que aceptaba que le tomen la declaración indagatoria en la causa “Sueños Compartidos” mientras sea en la casa de las Madres, y también lo consiguió. Es posible que el juez vaya en los próximos días, aunque no estableció cuándo.
El jueves a la noche, después de haber estado rodeada de una inmensa masa humana que la acompañó en la sede de las Madres ante la orden de detención de Martínez de Giorgi por no ir a la indagatoria, Bonafini se reunió con sus colaboradores de confianza y con su abogado Juan Manuel Morente. Para ella había sido un día de gloria, ya que no hubo modo de que la indagaran, pero les dijo que temía que si la iban a buscar para detenerla se generaran situaciones de violencia con las fuerzas de seguridad. Morente le propuso descomprimir, mostrar disposición a declarar en la sede de las Madres, y que la eximan de prisión. Cuando llegó ayer a la mañana al despacho del juez en los tribunales de Comodoro Py no fue recibido de buena gana, pero la situación se distendió con el correr del diálogo.
Morente pidió por escrito levantar la captura y señaló que las fuerzas de seguridad habían puesto “en peligro cierto la salud y la vida de varios ciudadanos que se autoconvocaron”. Agregó que ante “la potencial disposición a la ejecución por parte del Ministerio de Seguridad de concretar una medida en forma abusiva que ponga en riesgo a terceras personas, sumado a las condiciones personales de la citada, y teniendo tal acto el fin único de garantía de defensa de mi defendida, que no genera perjuicio a terceros, es que solicito se formalice el acto de declaración en la sede de Hipólito Yrigoyen 1584”. Las deliberaciones con el juez llevaron cerca de tres horas.
En el ínterin la fiscal Paloma Ochoa dictaminó a favor del pedido de eximición de prisión. Ya el día de la orden de detención intentó poner un freno a Martínez de Giorgi al exigirle garantías de que la indagaría de inmediato sin dejarla detenida. Ahora que el juez aceptó, lo único que dejó pendiente es que le planteen más argumentos (por ejemplo de salud) para trasladarse a tomar la declaración.
Fuera de la formalidad, con su bravura habitual Hebe dijo que “Martínez de Giorgi no tiene huevos”, “se las agarra con las Madres, con las indefensas, y no con quien debería”. “Al juez no lo respeto, porque él no nos respeta a nosotros, a un juez pago por el Estado y por otros, como Clarín, no lo puedo respetar, no lo puedo respetar como mujer del pueblo, como madre de desaparecidos (…) que revise las 40 cajas que le mandamos que ni las miró, se las agarró conmigo, pero que se las agarre con (Sergio) Schoklender, con los que roban, pero no con las madres (… ) es un desvergonzado, le tiraron de los huevos porque no hizo nada por esta causa desde hace mucho. Ahora le dijeron, ´movela´, y con quien la mueve, con las indefensas”, estalló Bonafini.
Martínez de Giorgi replicó públicamente: “ordené la indagatoria de la Bonafini constructora de viviendas, no de la defensora de los derechos humanos”. También dijo que los mismos ex funcionarios “que acompañaron a Bonafini en la Fundación (para evitar su detención) son los que la pusieron a construir viviendas” y en diálogo con este diario dijo que analiza imputarles “encubrimiento”, o derivar una denuncia (ver aparte). De hecho, recibió una presentación del abogado Santiago Dupuy de Lome (denunciante frecuente) contra la ex ministra de Cultura, Teresa Parodi, el ex secretario legal y técnico Carlos Zannini y el diputado Andrés Larroque por impedir que Hebe fuera detenida.
La causa conocida como “Sueños compartidos” –el nombre del programa para construcción de viviendas sociales de las Madres– se inició en 2011, cuando salieron a la luz maniobras con cheques de los hermanos Sergio y Pablo Schoklener, apoderados de la Asociación, a quienes les habían confiado el manejo de la administración. Sueños Compartidos recibía dinero del Ministerio de Planificación para la construcción de viviendas con unos paneles móviles que importaba Sergio Schoklender. En un comienzo el ex juez Norberto Oyarbide investigó lavado de dinero, al seguir la ruta de gran cantidad de cheques que recibían los hermanos en cuestión, a quienes procesó por desviarlos de su finalidad, además de no pagar cargas sociales de los trabajadores. Martínez de Giorgi investigaba los contratos y a los funcionarios públicos implicados. Ahora hay una única causa. Los Schoklender estuvieron detenidos en 2012 y fue un gran escándalo. Luego no pasó casi más nada.
La detención del ex secretario de Obras Públicas, José López, con los nueve millones de dólares en el convento, empujó al juez a despabilar el expediente, porque López sería uno de sus principales implicados, ya que distribuía fondos para obras. El juez citó a 43 personas, entre ellas Hebe. Ya declararon los Schoklender, el ex ministro de Trabajo Carlos Tomada, el ex subsecretario de Obras Públicas Abel Fatala, López (trasladado desde el penal de Ezeiza) y el show seguirá también con el ex ministro de Planificación Julio de Vido. La acusación común es la de defraudación, en unos 200 millones de pesos.
Hebe pasó la mañana en la casa de las Madres, y recibió un llamado de Cristina Fernández de Kirchner, que la hizo llorar. Pero lloraba mucho, cada vez que hablaba del impacto de ver “al pueblo movilizado” a su alrededor.
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El Madrazo
Por Luis Bruschtein
Fue más que rebeldía. Y no fue nada alocado. Al negarse a concurrir al juzgado, que es un hecho judicial, Hebe de Bonafini lo desconoció como tal. No lo reconoce como hecho judicial sino como hecho político y lo rechaza, por esa razón, como siempre hicieron las Madres: con resistencia civil, es una forma de no violencia para alertar por la violencia que se está incubando al usar a la justicia como instrumento de persecución política. Más allá de su peso ético en una sociedad en la que algunos sectores intentan, sin lograrlo, esquivar su gravitación, Hebe funcionó en este caso como síntoma de algo que está muy extendido. Los referentes funcionan así, como marcadores de temas que crecen en forma subterránea y se manifiestan cuando ya no tienen remedio. El gesto de rebeldía de Hebe de Bonafini es un síntoma y al mismo tiempo una advertencia. Aunque la acusen de intransigente y hasta de violenta en sus expresiones, ese gesto que puede ser calificado de ambas cosas por quienes la detestan, en realidad es una forma de prevenir las consecuencias violentas de la intransigencia del gobierno.
A esta altura no ve el que no quiere. En estos siete meses, el gobierno conservador avanzó en forma fulminante en decisiones económicas altamente agresivas del consumo popular y la producción interna. La velocidad se vio como fundamental para aprovechar el momento de mayor respaldo tras el triunfo electoral. El mismo criterio sirvió para avanzar en el plano político desarmando con rapidez y una facilidad inusitada al Frente para la Victoria, sembrando la dispersión a partir de fuertes presiones económicas a los gobernadores e intendentes, las que repercutieron en los bloques del FPV y en el kirchnerismo y su campo de alianzas. Y el mismo criterio de guerra relámpago se aplicó en la ofensiva mediática y judicial contra referentes del movimiento social y contra Cristina Kirchner, que puede convertirse en la cabeza de la oposición con mayor convocatoria.
El capital político que devino del triunfo electoral fue subestimado por el FPV y bien calibrado por el PRO-Cambiemos que lo aprovechó hasta la última gota. Pudo aplicar, aunque con dificultades, medidas económicas por las que en otras épocas se hubiera incendiado el país, y generó una crisis en el FPV que todavía está en desarrollo. Estos dos planos de acción son visualizados por la sociedad como movidas políticas del gobierno. Pero no sucede lo mismo con la campaña de desprestigio y neutralización en contra del movimiento social y de dirigentes opositores porque el gobierno se oculta detrás de los grandes medios del oficialismo y sus periodistas, así como de jueces y fiscales del partido judicial.
Pero para alcanzar las metas que obtuvo en los tres niveles de su blitzkrieg, el gobierno quemó naves y capital político. Los costos de la ferocidad del PRO-Cambiemos en estos siete meses se empiezan a ver en el profundo malestar creado por la inflación, la desocupación y la carestía de la vida, que se expresó en movilizaciones masivas y cacerolazos. Y a nivel político, la brutalidad del ajuste impactó en fuerzas amigas de la oposición, como las cúpulas sindicales dispuestas a conciliar, el massismo y progres antiperonistas, que difícilmente puedan sostener su política de diferenciación del kirchnerismo, que aparece así como la única fuerza de oposición real en sintonía con los que están afectados y se movilizan contra las medidas económicas.
El tercer nivel –la persecución judicial y el desprestigio mediático a este sector de la oposición– tuvo menos resistencia porque fue menos visible, ocultado tras argumentos de anticorrupción que son altamente sensibles para la sociedad. Hasta que Hebe de Bonafini se les plantó el jueves, el mismo día del ruidazo contra el tarifazo, y puso en evidencia con ese gesto que las medidas económicas antipopulares y el ataque judicial y mediático a dirigentes de este sector de la oposición forman parte del mismo paquete.
No se negó a declarar ni a esclarecer un hecho delictivo ante la justicia. Con el plantón denunció a la Justicia por prestarse a la persecución de dirigentes sociales y políticos con la excusa de perseguir la corrupción. Ya sea porque participa de esa estrategia o porque se hace cargo de la inercia creada por los medios y varios de sus colegas, el juez no la convocó para aclarar nada, sino para machacar con el desfile de una Madre de Plaza de Mayo ante los tribunales, que es una forma de degradarla mediáticamente, como lo hicieron con la exposición pública, ilegal e innecesaria judicialmente, de las pilas de billetes de la herencia de Florencia Kirchner.
Como ha sido la herramienta más eficaz, la campaña judicial y mediática contra integrantes de los gobiernos anteriores se convirtió en algo cotidiano, pero el abuso de estos mecanismos terminó por ponerlos en evidencia y el gesto de Hebe ha sido expresión de esta eclosión de un sentido opuesto al antikirchnerismo exacerbado que le imponían los medios del macrismo.
Hay ex funcionarios del kirchnerismo que fueron acusados y como se alinearon en otras fuerzas, ya no lo son. Cada ex funcionario kirchnerista, incluyendo a la ex presidenta, no tiene una sola causa, sino multitud de causas, muchas de ellas absurdas, como viajes en helicóptero o transferencias de autos usados en los años 90, lo que pone en evidencia la búsqueda del efecto mediático a través de la saturación y la manipulación, así como la complicidad de los jueces que aceptaron abrir esas causas descabelladas. Los allanamientos innecesarios y abundantemente reproducidos por los medios oficialistas que saturan los medios, igual que las persistentes citaciones y las medidas extremas de los jueces como el congelamiento de los fondos de la ex presidenta, más las interminables falsas denuncias nunca demostradas de cuentas en el exterior de la familia Kirchner o declaraciones públicas de grandes empresarios o ex funcionarios que después se desdijeron cuando tuvieron que declarar ante la justicia, a las que se suman las acusaciones por delitos que claramente fueron cometidos por los que denuncian, como en la causa del dólar a futuro y Fútbol para Todos, o campañas que se montaron sobre declaraciones compradas a delincuentes y pruebas falsas colocadas por funcionarios policiales, como fue la acusación feroz contra Aníbal Fernández. Toda esa pudrición de la política ha quedado tan expuesta que a esta altura nunca se sabrá si hubo corrupción o no durante el kirchnerismo, porque toda la campaña contra el gobierno anterior está infectada, corrompida hasta la raíz. No es como dijo un comentarista de la televisión: esta causa sí y esta no; porque todo el paquete huele a podrido, y no por la corrupción k sino por la corrupción de los políticos, fiscales y jueces que han pervertido estas herramientas para sacarles provecho político o personal.
La complicidad de jueces y fiscales y de la prensa oficialista le dio cierta impunidad a esa estrategia, pero el malestar provocado por la crisis económica tendió a sacar estos temas del foco de interés de la sociedad que los empezó a mirar con distancia, con más objetividad y así la mugre salió a la vista. Cuando Hebe se plantó, sabía que ya existía un plafón social que podía entender lo que estaba haciendo. Estaba expresando el hartazgo por la persecución política a través de la Justicia y dijo “Macri, pará la mano”, explicó que lo mismo le había hecho el gobierno radical-policial de Jujuy a Milagro Salas y que lo mismo tratan de hacer con Cristina Kirchner.
Hay una semilla fértil de violencia en esta persecución a una fuerza que cuenta con un fuerte respaldo popular. Es violencia que se incuba. Igual que la denuncia que está impulsando la cúpula de la colectividad judía contra Cristina Kirchner por el memorándum nunca aplicado entre Argentina e Irán. La iniciativa se suma a la campaña judicial y mediática contra el gobierno anterior y parcializa y expone por primera vez en Argentina a la colectividad judía como parte central de un conflicto cada vez más violento contra una fuerza política popular. Es una actitud temeraria por parte de esos dirigentes que rompen una tradición histórica de la colectividad judía donde hay diversidad de pensamiento. Las acciones del Isis buscan desatar una campaña contra los musulmanes para que estos se radicalicen hacia sus posiciones de guerra santa. El gobierno de derecha de Israel coincide con esa política de los terroristas, aunque por distintas razones: Espera que esa ola antimusulmana consolide su alianza con las potencias occidentales frente a los reclamos palestinos. Las decisiones que ha tomado la conducción de la colectividad judía argentina en consonancia con el gobierno macrista y la derecha israelí evidencian que quieren importar a la Argentina el clima de violencia que está haciendo estragos en Europa y los Estados Unidos.
Página/12 :: El país :: El Madrazo
Hebe, el ruido y el silencio
Por Sandra Russo
El jueves estaba pensando en escribir sobre el ruido y el silencio. Esa noche iba a haber ruidazo, y pensaba que, de alguna manera, ese estruendo metálico matizado con silbatos y bocinas que iba a unificar a todo el país sería un “pará la mano Macri” también con el silencio. Un basta de silencio. Hay un torniquete de silencio que nos está atormentando. Porque ante los sucesivos reclamos populares, este modelo opone silencio. La indiferencia es una forma del silencio. Las frases hechas son una forma del silencio. El cinismo es una forma del silencio. Estaba pensando en eso cuando me enteré que estaban por detener a Hebe, y salí para la plaza.
Entonces unas palabras sobre Hebe y el silencio: ella fue la que siempre lo rompió. Ella fue el gran ruidazo argentino desde hace cuarenta años. Ella siempre dijo lo indecible. Lo que por buenos modales, por educación, por corrección política, por conveniencia, por miedo, por hipocresía, depende el caso, muchos otros no dijeron. Hebe es una desmesura de luchadora, la que le corresponde a este país en proporción con sus tragedias. Ella es el grito que quedó vibrando para siempre. Ella y sus palabras y sus palabrotas son el filo que siempre rasga el silencio. Milagro, Cristina y Hebe son, además todo lo otro que son, voces en alto. Y son mujeres los blancos elegidos para el escarmiento. Mujeres con feminidades que no responden a la expectativa del poder global, patriarcal, clasista. Las tres dicen lo que ese poder prefiere mantener en silencio. Y no hablan por sí mismas. Hablan por otros.
Durante décadas, la imagen estampada en la memoria colectiva como la síntesis de la vida cotidiana en la dictadura fue el Obelisco enfundado en una pancarta que rezaba: “El silencio es salud”. Ese concepto no se circunscribía al ruido urbano en un país en el que la oposición política, social, estudiantil y sindical estaba siendo sistemáticamente eliminada. “Eliminada” no remite aquí a su noción contemporánea. Hoy eliminamos virus, eliminamos publicaciones o contactos que nos interfieren o nos agreden. Cuando fue colgado aquel cartel, eliminar era secuestrar y desaparecer. Para silenciar.
Se trataba de convertir el silencio en una zona de confort de la que fueran arrancadas las voces críticas. Así opera el poder antidemocrático cuando sus propias acciones y propósitos son oficialmente ocultados y la realidad que podría ser tapa, se tapa. Silenciando. Dentro de esa aspiración totalitaria hay un amplio abanico de silenciamientos. Desde su clímax, que fue la metodología que probaron y condenaron los juicios a los represores, hasta la uniformidad de opiniones en los medios de comunicación, la monotonía de las mentiras, la supresión de la política, pasando por la banalización industrial de la cultura, y llegando al núcleo, al corazón del silencio: quebrar la voluntad de decir de cada uno.
Los dispositivos para implantar el silencio de facto siempre persiguen eso. Que cada vez más gente prefiera no abrir la boca. Que cada vez más gente pierda la dimensión de su propia capacidad de comunicación. Que cada vez más gente se sienta tan impotente y presionada, que ya no sean necesarios los comisarios de las ideas. El ciudadano modelo en los regímenes totalitarios es el que absorbe su dolor o sus pérdidas sin ánimo de describirlo, ni denunciarlo ni de intentar reparar nada. Un ciudadano vencido y parco. Callado. Eso avizoró Orwell hace sesenta años y cuando el capitalismo todavía no había enloquecido tanto. Que vigilar no sólo sirve para acallar, sino también para hacer perder la voluntad de hablar.
En su ensayo Lenguas sueltas, el escritor británico pakistaní Hanif Kureishi, repasando el patrón disciplinador de regímenes e instituciones dominantes, dice que “en parte, la historia del siglo XX es la historia del silencio”. Minorías sociales, étnicas, raciales, sexuales y a veces hasta mayorías –como en los dieciocho años de proscripción del peronismo, durante el cual se pretendió vivir en democracia– han sido silenciadas para dejar en pie sólo un punto de vista, el oficial. Kureishi complejiza el tema porque entrecruza el mandato de silencio político con el vínculo personal, íntimo, que cada quien tiene con la palabra. “En el centro de todo hay algo más: la persona que no quiere oír sus propias palabras. Es la persona dueña de ellas, la que las ha fabricado en el interior de su cuerpo, pero que tiene y no tiene acceso a ellas, que es su prisionero, cárcel y ley. Si queríamos crear un sistema autoritario bien completo, en el que no hubiera lenguas sueltas, habría de ser aquel en el que los sueños estuvieran controlados”.
A lo largo de la historia, la inercia del colonialismo de cualquier tipo hizo que hablaran unos pocos y callaran todos los demás. Las “lenguas sueltas” siempre generan tensiones, discusiones, choques de distintas visiones, suponen una horizontalidad que en estos meses se ha borrado por completo. Diga lo que diga el Pro, que hoy está en uso de la palabra pública, cada día se hace más evidente que el aparato de lenguaje oficial esteriliza las ficciones de debates que vemos diariamente. El Pro no tiene palabra, de manera literal. No sólo porque Macri no haya dicho la verdad sobre el proyecto que encarnaba, sino también porque sus funcionarios callan de una manera nueva: no “hablan” en el sentido que se le ha dado aquí, no “se expresan”. Aparatean los debates con frases ya programadas, y su único objetivo en cualquier discusión es operar como un frontón ante cualquier posibilidad de discusión real.
Estamos, así, en una fase de silencio siniestro, que es a lo que se contesta. Los ciudadanos hacen ruido no sólo porque las tarifas son imposibles, sino también porque nadie los escucha y encima se les ríen en la cara. Es como si sus voces no existieran. Y sus opiniones, sus puntos de vista, apenas tienen reflejo en los medios. En estos meses, se han levantado a destajo programas de radio y televisión que muchos ciudadanos veían o escuchaban. Han sacado de juego a un buen número de periodistas de los medios audiovisuales, sin que los que se quedaron en ellos parezcan inmutarse, como si la interrupción de la libertad de expresión no fuera percibida. Nos pasamos años debatiendo estos temas porque había completa libertad de expresión. Parecía que quedaban las redes, pero Facebook está bajando sitios o inhabilitando cuentas, oficioso ante denuncias masivas de los trolls.
En tiempos antidemocráticos, dice Kureishi, siempre hay buenas razones para no hablar. Razones políticas, razones familiares, razones subjetivas. Hay que sobreponerse al temor e incluso al reparo ancestral hacia la propia voz en alto para hablar. El habla democrática y multicultural genera disputas, incorreciones, desacuerdos. Los que hablan pueden ofender, herir, molestar. Cuando hablan todos siempre habrá un habla sin sentido o un habla irrelevante, pero sólo en la lluvia de voces es donde podemos sentirnos con derecho a decir lo nuestro, y con la chance de hallar nuevas razones, imágenes o argumentos que expresen lo que sentimos. El hecho de que hablen todos puede generar un ruido inmenso y con consecuencias, porque hablar es un acto individual y colectivo a un mismo tiempo. Hablar le abre la puerta a lo impredecible. El problema del silencio, en cambio, “es que sabemos con exactitud cómo va a ser”.
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