Ficha Corrida

03/06/2012

El genocida nazi que tocaba el violín

Filed under: Nazismo,Reinhard Heydrich — Gilmar Crestani @ 10:26 am

Na minha ingenuidade, ainda adolescente, acreditava que pessoas com sensibilidades culturais avançadas seriam sempre democratas e honestos. Aí descobri que Maluf era pianista… Depois, as decepções só foram aumentando. Há muito crápula com dotes musicais, literários ou teatrais, como prova o ator da bolinha de papel, atestado pelo perito Molina…

Reinhard Heydrich, el dirigente nazi que controlaba la seguridad del Tercer Reich, sufrió un atentado en Praga cayó desplomado por las graves heridas causadas por la metralla.

Para Hitler era el hombre “indispensable”

Julián Casanova 3 JUN 2012 – 00:00 CET19

El dirigente nazi Reinhard Heydrich, en 1942 / GETTY

En la mañana del 27 de mayo de 1942, Reinhard Heydrich, el dirigente nazi que controlaba la seguridad del Tercer Reich, sufrió un atentado en Praga cuando se dirigía a su cuartel general del castillo de Hradcany. Iba solo con el chófer, sin escolta, en su Mercedes-Benz descapotable, exhibiendo su poder como protector de Bohemia y Moravia, el territorio checo anexionado a Alemania en 1939.

La operación Anthropoid para asesinar a Heydrich había sido planeada por el Gobierno checo en el exilio en Londres. Josef Gabcík y Jan Kubis, los dos patriotas entrenados para ejecutarla, volaron al Protectorado en un avión suministrado por el Ejecutivo británico de Operaciones Especiales y se lanzaron en paracaídas en un descampado a las afueras de Praga. Protegidos por la resistencia checa, vigilaron durante semanas los movimientos de Heydrich, que hacía todos los días el mismo recorrido desde su residencia palaciega al castillo, y el 27 de mayo lo abordaron en una calle del barrio de Liben. A Gabcík se le encasquilló su metralleta Stein y no pudo disparar, pero Kubis lanzó una granada que explotó en la parte trasera del automóvil. Heydrich, aunque trató de perseguir a sus atacantes pistola en mano, cayó desplomado por las graves heridas causadas por la metralla. Unos días después, el 4 de junio, murió. Hitler, para quien Heydrich era el hombre “indispensable” e “insustituible”, maldijo su costumbre “estúpida”, “insensata”, de desplazarse en un vehículo descapotable sin blindaje. Un fallo de seguridad de quien era la máxima autoridad en esa materia en el Tercer Reich.

Reinhard Heydrich nació en 1904 en el seno de una familia de clase media, culta, hijo de un cantante de ópera y de una actriz, que le ofrecieron la posibilidad de adquirir una educación exquisita: Reinhard tocaba muy bien el violín y llegó a ser un experto en esgrima. Como la mayoría de los cuadros y activistas nazis, pertenecía a la generación que había crecido políticamente después de la Primera Guerra Mundial. No eran veteranos de guerra, la “generación del frente”, bien representada por Adolf Hitler (1889) y Hermann Göring (1893), sino sus “retoños adolescentes”, como los llama el historiador Richard Vinen. En el caso de Heydrich, su bautismo se produjo a los 16 años en los Freikorps, las unidades de voluntarios mandadas por oficiales del Ejército movilizado durante la guerra, que odiaban la revolución y el bolchevismo. En 1922 se alistó en la Marina, donde estaba haciendo carrera cuando fue expulsado en abril de 1931 por mantener relaciones y dejar embarazada, sin reconocer su responsabilidad, a la hija de un influyente director del grupo industrial I. G. Farben.

Heydrich perseguió a sus atacantes pistola en mano, pero cayó desplomado por las heridas de la metralla

Ese incidente cambio su vida. Se casó con Lina von Osten, una admiradora del nazismo cuya familia la ayudó a encontrar un empleo en las Schustzstaffel (SS). El hombre alto, rubio, con aspecto de germano puro, impresionó a Heinrich Himmler, el arquitecto de las SS. A su sombra, el joven Heydrich inició una fulgurante ascensión hasta la jefatura de la policía de seguridad de esa organización militar de los nazis. Juntos, se hicieron en poco tiempo con el poder de la Gestapo, la Policía Criminal y el servicio de seguridad de las SS, hasta el total control en 1939, iniciada ya la Segunda Guerra Mundial, de la Oficina Central de Seguridad del Reich (Reichssisherheitshauptamt RSHA), el órgano que agrupó bajo la dirección de Heydrich a las distintas divisiones de la policía.

En esos 10 años de disfrute de la gloria y del poder, Heydrich fue una figura temida y odiada, la “bestia rubia”, como lo llamaban sus propios hombres, que estuvo siempre al frente de los actos más violentos del régimen nazi. Aportó iniciativas radicales al problema de cómo asesinar en masa y deshacerse de los cadáveres, y él marcó el paso desde la guerra ideológica frente al comunismo hasta la racial contra los eslavos y los judíos. Ese camino al exterminio sistemático se despejó en la famosa reunión del 20 de enero de 1942 en una mansión del lujoso suburbio berlinés de Wannsee. Heydrich, organizador del encuentro, les recordó al selecto grupo de 14 altos cargos nazis allí presentes que él estaba al cargo de coordinar las medidas necesarias para la “solución final” de la cuestión judía en Europa y que estaban convocados para discutir la “logística” del genocidio.

Fue expulsado de la Marina cuando dejó embarazada a la hija

de un influyente director de un grupo industrial

Heydrich no pudo presenciar la terrible culminación de su plan. En su solemne entierro, celebrado el 9 de junio de 1942 en la Cancillería del Reich en Berlín, con la marcha fúnebre de Sigfrido, de Richard Wagner, como música de fondo, Adolf Hitler elogió su martirio y le concedió la Orden Alemana, la más alta condecoración del Tercer Reich. Al día siguiente, como venganza, Himmler ordenó la destrucción total de la aldea checa de Lidice, que había acogido a los grupos especiales encargados de poner en marcha la ejecución de la principal autoridad del Protectorado de Bohemia y Moravia. Uno de sus miembros, Karel Kurda, a cambio de una recompensa, delató a los autores del magnicidio e informó a la Gestapo que se ocultaban en la iglesia ortodoxa de los santos Cirilo y Metodio en Praga. El 18 de junio, las SS asaltaron el templo y, tras un prolongado tiroteo, Gabcík y Kurbis se suicidaron. Como tributo a Heydrich, a la política nazi de eliminación total de los judíos polacos se la llamó Operación Reinhard, el hombre que dicen que lloraba cuando tocaba el violín

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02/03/2012

Heydrich? Trabalha na Veja?

Filed under: Direita,Nazismo,Reinhard Heydrich — Gilmar Crestani @ 9:28 am

Se os argumentos da direita tupiniquim contra a Comissão da Verdade tivesse qualquer valor jurídico, não teria havido Tribunal de Nuremberg, e os verdugos que torturam e, com base nela, constróem as leis que os anistiam, estariam eternamente disponíveis para continuar fazendo valer suas idéias. Aliás, não se poderia perseguir nazistas, como o MOSSAD fez com Eichmann, levando de Buenos Aires para ser julgado em Jerusalém. Todos defensores de ditadores e ditaduras, no fundo, foram sodomizados quando criança. Ou seria algo subconsciente, uma fantasia, de que isso se realize de forma violenta?!

Algo pasa con Heydrich

Por: Jacinto Antón | 02 de marzo de 2012

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Cuesta imaginar a alguien que fuera peor persona que el Obergruppenführer de las SS Reinhard Heydrich (1904-1942). Incluso para ser un nazi, y de los gordos, destacaba por su maldad -miren esa expresión reconcentradamente cruel de su rostro-. Para que Hitler lo bautizara como "el hombre con el corazón de hierro"…  Así que es curioso que de repente sea tan popular: ¡hasta tres novelas recientes lo tienen como personaje central!: la literaria y exitosa HHhH, de Laurent Binet (Seix Barral, 2011, ya va por la novena edición); Prague fatale, de Philip Kerr, la estupenda nueva aventura del detective Bernie Gunther (Quercus, 2011: la publicará próximamente en España RBA), y la interesante ucronía The man with the iron heart, un thriller bélico, de Harry Turtledove (Ballantine, 2010).

Pero es que además, Heydrich y su asesinato, del que se cumplen este 27 de mayo 70 años, aniversario que será ampliamente celebrado, sobre todo por los checos que tanto sufrieron al tenebroso representante de Hitler (oficialmente Reichprotektor de Bohemia y Moravia), son el tema de una obra de arte contemporáneo, una vídeo instalación del documentarista Jan Kaplan titulada 10:35 -la hora del atentado-, y que se exhibe en el DOX Centre for Contemporany Art en Praga. La instalación está basada en el filme del propio Kaplan SS-3 (la matrícula del coche oficial, un Mercedes 320, en el que circulaba Heydrich al ser atacado), una reconstrucción pormenorizada del atentado -vean abajo una imagen- que se proyectará en la Wiener Library de Londres con motivo del aniversario, junto al clásico The silent village, una película de 1943 que recrea la salvaje destrucción del pueblo de Lidice por los nazis en venganza por la muerte del jerifalte nazi.

Heydrch Assassination-Kaplan Productions

Conocido como "el carnicero de Praga", "el verdugo favorito de Hitler" y "la bestia rubia", que ya son apelativos, Heydrich, general de la policía y las SS, la araña en el centro de la gran red de los servicios de seguridad del III Reich, fue el eficiente responsable de diseñar organizativamente la Solución Final, el exterminio de los judíos. Mano derecha de Himmler, Heydrich organizó e hizo de anfitrión de la Conferencia de Wannsee, en la que se pespunteó, por así decirlo, el Holocausto, y el el responsable administrativo de los Einsatzgruppen y su carrera de muerte en el Este. En una muestra de que en el mundo a veces hay justicia, el siniestro individuo fue asesinado como queda dicho en 1942 en Praga, donde ejercía arrogantemente y con extrema brutalidad de virrey de Hitler, por un comando de paracaidistas checoslovacos libres instruidos por los servicios secretos británicos.

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La operación, denominada Antropoide, fue planeada cuidadosamente y ejecutada, como suele pasar, con una buena cantidad de chapuza y mala suerte que incluyó que al encargado de rociar el automóvil (y a Heydrich) de balas se le atascara la metralleteta Sten, por lo demás siempre tan fiable. Heydrich, que falleció en un hospital el 4 de junio a resultas de las heridas que le produjo la bomba que le arrojaron como segunda opción los paracaidistas, tiene el dudoso honor de haber sido el único jerarca nazi al que se consiguió matar durante la guerra. Ello sin embargo tuvo un coste terrible para los checoslovacos pues los alemanes en represalia asesinaron a millares de ellos, aparte de cometer atrocidades sin cuento como presentarle a uno de los cómplices del atentado la cabeza de su madre en una pecera.

"Tener de protagonista al verdugo es interesante", me dijo Laurent Binet cuando le pregunté porqué escribir una novela sobre un depredador como Heydrich. Su aproximación es curiosa por premeditadamente naif: se relata a sí mismo como autor novel, alguien sobrepasado por la dimensión de su propósito, embarcado en la compleja tesitura de lograr una forma de escribir sobre el nazi. Seguimos sus avances y retrocesos, sus dudas, sus investigaciones y descubrimientos. Su introducción en la historia es a través de los dos principales miembros del comando que mató a la fiera nazi, Gabcik y Kubis, pero ahí están en el recorrido todos los elementos que despiertan en tantos de nosotros la fascinación por Heydrich, tan parecida a la que provoca una serpiente especialmente venenosa."Heydrich impresiona", apunta Binet.

Y es que Heydrich, a diferencia de otros nazis que no pasaban de groseros mamporreros tiene además de sus pecados una biografía de villano literario casi perfecto: atractivo (si te gustan los ideales arios), violinista -"como Sherlock Holmes"- , esgrimista, marino (estimulado por Von Luckner, Der Seeteufel, el diablo de los mares), piloto de caza, enredado en espionaje, mujeriego, acomplejado por su tono de voz chillón. Algunos episodios de su biografía parecen incluso demasiado buenos para ser verdad: el envenenamiento reversible de su subordinado Schellenberg por sospechar que era amante de su mujer, su obsesión por borrar las huellas de un supuesto pasado judío, su rivalidad con el almirante Canaris, la creación del salón Kitty, el burdel regentado por las SS …

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Binet habla del "turismo de la historia" en relación a eso que hemos hecho muchos como él, seguir en Praga el "itinerario Heydrich": visitar la calle donde fue emboscado, el museo donde se recuerda el atentado y se exhibe el coche, la cripta en la que se escondieron los comandos y se suicidaron tras aguantar un asedio épico, el bar U parasutistu (Los paracaidistas)…  El escritor ha conjurado el problema de hacer de Heydrich alguien demasiado atractivo, malignamente atractivo, mostrando su lado grotesco y echándole ironía a la novela. Y es que ¡ojo con Heydrich!, el único jerarca nazi de hechuras homologables a los ideales del partido y las SS, el único desparecido en pleno apogeo del III Reich, el único enterrado por su pares con grandielocuencia wagneriana y el único que no hubo de enfrentarse a la derrota y/o a los tribunales. No tuvo como los otros pares de Hitler tiempo de ser desleal. "Es un icono de los neonazis por todo eso", recuerda Binet. "Y era el único rubio". Compárenlo con su jefe Himmler, al que Binet describe muy elocuentemente como "hámster con gafitas", y perdonen los hámsters.

Con Binet pasé un buen rato hablando de la bibliografía y de las películas sobre Heydrich, al que han dado vida -solo relativa gracias a Dios, Kenneth Branagh y John Carradine-. Como yo, Binet se compró, por la enorme documentación que aporta, los dos siniestros volúmenes ilustrados de la biografía muy pormenorizada pero de tufillo hagiográfico de Max Williams (Ulric Publishing). Mi ensayo favorito sobre el atentado sigue siendo The killing of Reinhard Heydrich, de Callum MacDonald (Da Capo, 1998).

Si HHhH (por la frase corriente en las SS "Himmlers Hirn heisst Heydrich", "el cerebro de Himmler se llama Heydrich") es una aproximación metaliteraria y metahistórica a nuestro personaje, Prague fatale, de Philip Kerr es una novela mucho más convencional, lo que no quiere decir menos interesante. Me siento incapaz de no anotar aquí la profunda antipatía que sienten ambos, Binet y Kerr, no por Heydrich (que también, claro) sino por un colega que, por cierto, hace aparecer asimismo al Reichprotektor en su novela Las benévolas: Jonathan Littell.

Prague fatale, octava entrega de la serie protagonizada por el comisario Bernie Gunther, es un magistral ejercicio de virtuosismo de Kerr: una novela de crímenes a lo Agatha Christie (parda) ambientada en el castillo de Praga en el que tiene su cuartel general Heydrich y en el que se encuentran circunstancialmente reunidos algunos de los peores jefes de las SS. Si en los relatos canónicos de la gran dama el sospechoso es el mayordomo aquí lo es el Oberscharführer SS. La trasposición, respetando todos los códigos del g,enero, resulta enormemente entretenida, más aún porque en el centro de la trama está, con toda su maléfica estatura, Heydrich, y porque el encargado de investigar el asesinato en el castillo es el bueno de Bernie.

Llamado a Praga por el Reichprotektor, que es verdad que era un fan de las novelas de detectives, para que le haga de guardaespaldas y asesor policial -la alternativa para Bernie es volver a una unidad cazapartisanos en Ucrania-, nuestro detective es puesto a investigar el asesinato de un capitán de las SD en un escenario clásico de crimen de habitación cerrada y en el que que todos los mandos de las SS (¡eso sí que son diez negritos!) resultan sospechosos. Gunther los interroga uno a uno no sin dejar de pensar lo absurdo de tratar de esclarecer quién mató al Hauptsurmführer entre semejante caterva de criminales, todos culpables de cosas muchísimo peores. Como además el propio asesinado era miembro de un Einsatzgruppen dedicado a exterminar judíos, pues la pesquisa no parece tener demasiado sentido: por lo de hacer justicia, vamos.  "Investigar un asesinato en otoño de 1941 era como arrestar a un hombre por vagancia durante la Gran Depresión". El llamado síndrome de La noche de los generales, que digo yo.

Paralelamente, Gunther se ve inmerso en la lucha de los servicios secretos nazis por desactivar una célula de la resistencia checa, en conspiraciones internas y en las redes del maquiavélico y mefistofélico Heydrich ansioso de corromperlo. "Haremos tí un buen nazi, Bertie". El choque entre las inteligencias de ambos, moral una, inmoral la otra, es de lo mejor de la novela. Por supuesto, hay una chica en medio. Se nota que Kerr, como Binet, está preocupado porque Heydrich, con su raciocinio y su cinismo, algo holmesianos, pueda llegar a caernos simpático. Conjura muy bien el riesgo: el repulsivo criminal siempre está ahí. Miren esta descripción de Bernie: "Yo prefería el perfil de Heydrich, cuando estaba de perfil significaba que no estaba mirándote. Cuando te miraba te sentías como la indefensa presa de algún animal mortífero. Era una cara sin expresión bajo la cual maquinaba un cálculo brutal". Parece que describa un tiburón.

Como siempre, la ambientación de la novela es perfecta. Desde el hedor de la transpiración de los berlineses por falta de productos de higiene en el cénit de la II Guerra Mundial que obliga a viajar en tranvía con una naranja pegada a la nariz hasta la paranoia con la omnipresente Gestapo. Kerr por supuesto aprovecha la oportunidad de visitar la Praga de Heydrich para hablar del atentado (la novela arranca con la llegada de los restos del Reichprotektor a Berlín y luego discurre hacia atrás en flash back). Bernie no deja de observar que la arrogancia de Heydrich, que, confiado a su omnímodo poder y a la amenaza de las terribles represalias que provocaría su muerte viaja en coche descubierto y sin escolta, le va a acabar dando un disgusto. Para los que saben mucho del tema y conocen la controversia sobre la identidad exacta del vehículo, apuntar que el novelista se apunta a la tesis de que el automóvil lucía la matrícula SS-4 y no SS-3 como sostienen otros; ahí queda el dato.

La descripción y los interrogatorios de los sospechosos de las SS, todos personajes auténticos y una tremenda colección de individuos atroces, es digna de un extraordinario historiador por su minuciosidad y atención al detalle. Alabar como siempre la profunda dimensión humana del carácter de Bernie y su insumergible sentido del humor. Le parece bien que Heydrich pilote aviones, así, señala, a lo mejor vuela también a Escocia, como Hess. Perdonémosle el exceso de chistes a propósito de la defenestración de Praga y que se burle de la pasión por la esgrima de Heydrich y describa sus asaltos matutinos de sable como "ese absurdo deporte".

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Y por último, déjenme hablarles de The man with the iron heart, que no es una novela tan fina como las anteriores pero que juega con una premisa sensacional -Turtledove es un especialista en ucronías y el rey de la historia alternativa-: Heydrich se salva del atentado de aquel día de mayo en Praga. Su Mercedes (SS-3) no se detiene al sufrir el atentado -fue la autoconfianza lo que mató al Reichprotektor tanto como la metralla: quiso enfrentarse a sus atacantes-, sino que el conductor, el Oberscharführer Klein, pisa a fondo y ambos salen ilesos. Lo que permite que, posteriormente, Hitler y Himmler encarguen a Heydrich organizar la defensa de Alemania ante la eventualidad de la invasión del territorio por los aliados. El Reichprotektor -y valga entonces el apelativo- se convierte en jefe de la legendaria guerrilla Werewolf, poniendo en jaque a los estadounidenses y rusos desde un reducto alpino secreto mientras le dan caza en túneles y cuevas como si fuera un Bin Laden avant la lettre.

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12/10/2011

O açougueiro de Praga

 

El carnicero de Praga

PIEDRA DE TOQUE. ¿Cómo fue posible que existiera una inmundicia humana de la catadura de Reinhard Heydrich? Es la inquietante pregunta que ‘HHhH’, el magnífico libro de Laurent Binet, nos plantea

MARIO VARGAS LLOSA 09/10/2011

Hace por lo menos tres décadas que no leía un Premio Goncourt. En los años sesenta, cuando trabajaba en la Radio Televisión Francesa, lo hacía de manera obligatoria, pues debíamos dedicarle el programa La literatura en debate, en el que, con Jorge Edwards, Carlos Semprún y Jean Supervielle pasábamos revista semanal a la actualidad literaria francesa. O mi memoria es injusta, o aquellos premios eran bastante flojos, pues no recuerdo uno solo de los siete que en aquellos años comenté.

La muerte de la Bestia Rubia mostró que, pese a su poderío, el Tercer Reich no era invencible

¿Qué debemos hacer para que una ignominia semejante no vuelva a repetirse?

Pero estoy seguro, en cambio, que este Goncourt que acabo de leer, HHhH, de Laurent Binet -tiene 39 años, es profesor y esta es su primera novela- lo recordaré con nitidez lo que me queda de vida. No diría que es una gran obra de ficción, pero sí que es un magnífico libro. Su misterioso título son las siglas de una frase que, al parecer, se decía en Alemania en tiempos de Hitler: "Himmlers Hirn heisst Heydrich" (El cerebro de Himmler se llama Heydrich).

La recreación histórica de la vida y la época del jefe de la Gestapo, Reinhard Heydrich, de la creación y funciones de las SS, así como de la preparación y ejecución del atentado de la resistencia checoslovaca que puso fin a la vida del Carnicero de Praga (se le apodaba también La Bestia Rubia) es inmejorable. Se advierte que hay detrás de ella una investigación exhaustiva y un rigor extremo que lleva al autor a prevenir al lector cada vez que se siente tentado -y no puede resistir la tentación- de exagerar o colorear algún hecho, de rellenar algún vacío con fantasías o alterar alguna circunstancia para dar mayor eficacia al relato. Esta es la parte más novelesca del libro, los comentarios en los que el narrador se detiene para referir cómo nació su fascinación por el personaje, los estados emocionales que experimenta a lo largo de los años que le toma el trabajo, las pequeñas anécdotas que vivió mientras se documentaba y escribía. Todo esto está contado con gracia y elegancia, pero es, a fin de cuentas, adjetivo comparado con la formidable reconstrucción de las atroces hazañas perpetradas por Heydrich, que fue, en efecto, el brazo derecho de Himmler y uno de los jerarcas nazis más estimados por el propio Führer.

Carnicero, Bestia y otros apodos igual de feroces no bastan, sin embargo, para describir a cabalidad la vertiginosa crueldad de esa encarnación del mal en que se convirtió Reinhard Heydrich a medida que escalaba posiciones en las fuerzas de choque del nazismo, hasta llegar a ser nombrado por Hitler el Protector de las provincias anexadas al Reich de Bohemia y Moravia. Era hijo de un pasable compositor y recibió una buena educación, en un colegio de niños bien donde sus compañeros lo atormentaban acusándolo de ser judío, acusación que estropeó luego su carrera en la Marina de Guerra. Tal vez su precoz incorporación a las SS, cuando este cuerpo de élite del nazismo estaba apenas constituyéndose, fue la manera que utilizó para poner fin a esa sospecha que ponía en duda su pureza aria y que hubiera podido arruinar su futuro político. Fue gracias a su talento organizador y su absoluta falta de escrúpulos que las SS pasaron a ser la maquinaria más efectiva para la implantación del régimen nazi en toda la sociedad alemana, la fuerza de choque que destrozaba los comercios judíos, asesinaba disidentes y críticos, sembraba el terror en sindicatos independientes o fuerzas políticas insumisas, y, comenzada la guerra, la punta de lanza de la estrategia de sujeción y exterminación de las razas inferiores.

En la célebre conferencia de Wannsee, del 20 de enero de 1942, fue Heydrich, secundado por Eichmann, quien presentó, con lujo de detalles, el proyecto de Solución Final, es decir, de industrializar el genocidio judío -la liquidación de 11 millones de personas- utilizando técnicas modernas como las cámaras de gas, en vez de continuar con la liquidación a balazos y por pequeños grupos, lo que, según explicó, extenuaba física y psicológicamente a sus Einsatzgruppen. Cuentan que cuando Himmler asistió por primera vez a las operaciones de exterminio masivo de hombres, mujeres y niños, la impresión fue tan grande que se desmayó. Heydrich estaba vacunado contra esas debilidades: él asistía a los asesinatos colectivos con papel y lápiz a la mano, tomando nota de aquello que podía ser perfeccionado en número de víctimas, rapidez en la matanza o en la pulverización de los restos. Era frío, elegante, buen marido y buen padre, ávido de honores y de bienes materiales, y, a los pocos meses de asumir su protectorado, se jactaba de haber limpiado Checoslovaquia de saboteadores y resistentes y de haber empezado ya la germanización acelerada de checos y eslovacos. Hitler, feliz, lo llamaba a Berlín con frecuencia para coloquios privados.

En estos precisos momentos, el Gobierno checo en el exilio de Londres, presidido por Benes, decide montar la Operación Antropoide, para ajusticiar al Carnicero de Praga, a fin de levantar la moral de la diezmada resistencia interna y mostrar al mundo que Checoslovaquia no se ha rendido del todo al ocupante. Entre todos los voluntarios que se ofrecen, se elige a dos muchachos humildes, provincianos y sencillos, el eslovaco Jozef Gabcík y el checo Jan Kubiš. Ambos son adiestrados en la campiña inglesa por los jefes militares del exilio y lanzados en paracaídas. Durante varios meses, malvivirán en escondrijos transeúntes, ayudados por los pequeños grupos de resistentes, mientras hacen las averiguaciones que les permitan montar un atentado exitoso en el que, tanto Gabcík como Kubiš lo saben, tienen muy pocas posibilidades de salir con vida.

Las páginas que Binet dedica a narrar el atentado, lo que ocurre después, la cacería enloquecida de los autores por una jauría que asesina, tortura y deporta a miles de inocentes, son de una gran maestría literaria. El lenguaje limpio, transparente, que evita toda truculencia, que parece desaparecer detrás de lo que narra, ejerce una impresión hipnótica sobre el lector, quien se siente trasladado en el espacio y en el tiempo al lugar de los hechos narrados, deslizado literalmente en la intimidad incandescente de los dos jóvenes que esperan la llegada del coche descapotable de su víctima, los imprevistos de último minuto que alteran sus planes, el revólver que se encasquilla, la bomba que hace saltar solo parte del coche, la persecución por el chófer. Todos los pormenores tienen tanta fuerza persuasiva que quedan grabados de manera indeleble en la memoria del lector.

Parece mentira que, luego de este cráter, el libro de Laurent Binet sea capaz todavía de hacer vivir una nueva experiencia convulsiva a sus lectores, con el relato de los días que siguen al atentado que acabó con la vida de Heydrich. Hay algo de tragedia griega y de espléndido thriller en esas páginas en que un grupo de checos patriotas se multiplica para esconder a los ajusticiadores, sabiendo muy bien que por esa acción deberán morir también ellos, hasta el epónimo final en que, vendidos por un Judas llamado Karel Curda, Gabcík, Kubiš y cinco compañeros de la resistencia se enfrentan a balazos a 800 SS durante cinco horas, en la cripta de una iglesia, antes de suicidarse para no caer prisioneros.

La muerte de Heydrich desencadenó represalias indescriptibles, como el exterminio de toda la población de Lídice, y torturas y matanzas de centenares de familias eslovacas y checas. Pero, también, mostró al mundo lo que, todavía en 1942, muchos se negaban a admitir: la verdadera naturaleza sanguinaria y la inhumanidad esencial del nazismo. En Checoslovaquia misma, pese al horror que se vivió en las semanas y meses siguientes a la Operación Antropoide, la muerte de Heydrich mantuvo viva la convicción de que, pese a todo su poderío, el Tercer Reich no era invencible.

Un buen libro, como este, perdura en la conciencia, y es un gusanito que no nos da sosiego con esas preguntas inquietantes: ¿cómo fue posible que existiera una inmundicia humana de la catadura de un Reinhard Heydrich? ¿Cómo fue posible el régimen en que individuos como él podían prosperar, alcanzar las más altas posiciones, convertirse en amos absolutos de millones de personas? ¿Qué debemos hacer para que una ignominia semejante no vuelva a repetirse?

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